Años de soledad en días de verano: “Los fines de semana me sobran”

La soledad no deseada ronda a algunos mayores todo el año, pero los atrapa todavía más en verano cuando sus familias se van de vacaciones. Varios Diagnósticos elaborados por Proyecto 21 detectan que esta necesidad va en aumento en Navarra.

DIARIO DE NAVARRA. 30/08/2023. SONSOLES ECHAVARREN

Los hijos preparan un viaje a la playa. O a un parque de atracciones. O un crucero por el Mediterráneo. O una semana en el bungalow de un cámping. “Papá, mamá, ¿os gustaría venir con nosotros y los niños?”, les preguntan en el mejor de los casos. Pero en el peor no cuestionan nada. No cuentan con sus padres, sus suegros o sus tíos solteros, que se quedan en la ciudad pasando calor, tristes y solos. Más que de costumbre. Porque en verano, como en Navidad, parece que todo el mundo tiene que estar alegre y que la vida debe de ser fabulosa. Aunque no se puede generalizar. También hay mayores a quienes sus hijos les ofrecen acompañarlos al apartamento de la playa o les insisten en que pasen unos días en su pueblo con sus hermanos que aún viven ahí. Pero no quieren. Prefieren quedarse en su casa. Con sus rutinas. Sus sillones y ‘sudokus’. Y cerca de sus médicos por si les ocurre algo. Psicólogos, terapeutas y trabajadores sociales reflexionan sobre esta realidad que está ahí. A la vuelta de la esquina. En nuestra propia casa o en el piso de los vecinos de abajo. Y a la que no se puede mirar de perfil.

Así lo cree el doctor especialista en psicología de la salud Emilio Garrido. Y ofrece un dato. “Según el IMSERSO, entre el 11% y el 14% de las personas mayores se siente solas. Una cifra que se eleva al 20% en verano. Y el número total aún será mayor. Porque esta estadística se extrae de entre los que viajan, que son los más cultos. ¿Pero qué pasa con el resto?”, se pregunta. Y él mismo responde. “Las personas mayores son muy vulnerables y se sienten inseguras. Incluso personas cultas con conocimientos. A veces, no tienen a nadie a quien llamar, lo que es muy triste”, lamenta.

Aunque en el capítulo de la soledad, insiste, se perfilan diferencias entre hombres y mujeres. “Ellas siempre se sienten menos solas porque tienen más cosas qué hacer, más entretenimientos. Los hombres, muchas menos. Una mujer no se jubila nunca. Mientras pueda, va a cuidar a los nietos, limpiarles, atenderles… Lo que haga falta”.

PUEBLO O CÁMPING

Elegir un buen destino, subraya Garrido, es clave para que los mayores puedan disfrutar, si lo desean, de unas vacaciones en familia. “Hace poco me llamó un señor para decirme que le habían invitado a Petra y que no quería ir. ¡Normal! Yo también le aconsejé que no fuera”, añade. Pero la situación sería otra si los hijos decidieran ir al pueblo de la familia, a otro en el que alquilen una casa o un bungalow en un cámping. “Son destinos que funcionan muy bien. Porque están a su aire, pueden pasear y hacerse amigos de otras personas de su edad que también estén por ahí”. La distancia al lugar de residencia, insiste, tampoco debe ser muy lejana. “Lo ideal es que el lugar de vacaciones esté a una hora de casa. Así, los mayores se quedan tranquilos por si tuvieran que ir al médico. Es un ‘efecto placebo’ y casi ninguno necesita atención médica”, se ríe. Una realidad, a la que añade una indicación práctica. “Es conveniente apuntar en una lista todos los medicamentos que se toman por si en el lugar de vacaciones hay que ir al centro de salud. Porque, ¿cómo va a saber el médico de Alicante cuál es la pastilla verde que tomas por las noches?”

El trabajador social Juan Jerez, que ha ejercido durante años en Cruz Roja y ahora forma parte de la junta de la Sociedad Navarra de Geriatría y Gerontología y de la organización de los premios Tomás Belzunegui que dependen de la entidad, también es claro en sus opiniones. “Es cierto que existe mucha soledad pero en ocasiones el propio mayor se autoexcluye para no molestar a la familia”. Y ahí entra el tema del destino. “Si los hijos organizan un viaje a Euro Disney y hay que coger avión, tren…, seguramente, el mayor no querrá ir porque se cansa”. Pero sí, si se elige un destino rural, una casa grande, en la naturaleza por la que puedan pasear. “Ese destino suele encajarles muy bien”.

El problema, incide, surge en situaciones de soledad no deseada. “Abuelos que viven en pisos inmensos en los que se han quedado solos y en los que, a veces, reciben ayudas y acompañamientos de otras personas”.

Como el que prestan los voluntarios de Cruz Roja o el Servicio Capuchino para el Desarrollo y la Solidaridad (Sercade)antiguo Voluntariado Geriátrico San Francisco Javier. “El voluntariado no cesa en verano. Aunque es cierto que dependemos de la disponibilidad de los voluntarios y de sus vacaciones”, explica la trabajadora social y responsable de este servicio Miriam Irisarri Adot. “En verano necesitamos más voluntarios para estar con personas mayores porque son unos meses en los que no se ofrecen muchas de las actividades a las que asisten durante el curso. Se sienten solos”.

Y al hilo de la situación, reflexiona sobre el fenómeno de la soledad. “Se está hablando mucho de esta realidad y cada vez hay más gente que solicita ayuda o acompañamiento en casa”. Muchos de sus hijos, continúa el relato, viven fuera o no pueden atenderlos por sus trabajos. Además, asegura, el calor les aísla. “Con las olas de calor tienen miedo de salir a la calle. Se quedan encerrados en casa. Todavía más solos porque no van ni con los amigos a pasear”. Muchas casas, coinciden los demás expertos, no están preparadas ni reúnen las condiciones (aire acondicionado, ventiladores…) para afrontar el calor extremo.

ACOMPAÑAR EN CASA

Expertos en prestar un acompañamiento a las personas mayores en sus casas son los profesionales de Cruz Roja . Como lo explica la coordinadora de proyectos para personas mayores y dependientes de esta institución, la técnica en intervención social. Idoia Urmeneta Varona. “No hemos recibido más peticiones de acompañamiento que el resto del año. La demanda se mantiene”. Aunque es consciente de que en el verano se agudiza la vulnerabilidad de los mayores porque los apoyos con los que cuentan, muchas veces, se van de viaje. “Además, las altas temperaturas han sido muy duras para ellos. A veces, venían aquí solo como un refugio climático”.

Lo que sí que ha notado este verano respecto de otros años ha sido el aumento de personas (sobre todo de entre 65 y 75 años) que se han apuntado a las actividades que ofrecen: talleres de pintura con musicoterapia, marcha nórdica, gestión emocional… Y aclara una peculiaridad de los usuarios migrantes respecto de los locales. “Tiene menos ayuda familiar. Y, al revés de lo que ocurre aquí, en lugar de encontrar apoyo en sus hijos, muchas veces son ellos el soporte económico de los más jóvenes”. El idioma, añade, también es una dificultad. “Han venido muchas personas mayores huyendo de la guerra de Ucrania y desconocer la lengua es una barrera tremenda”.

En otro orden de cosas, el trabajador social Juan Jerez recuerda el proyecto del Gobierno de Navarra y la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología ‘Mejor en casa’. Por el que se ofrece la posibilidad de que personas que viven en residencias de mayores retornen a sus domicilios con apoyos. Pero pocos han querido dar el paso. De las 25 personas a las que se les ha ofrecido de manera piloto, solo lo han hecho cuatro. Tiene miedo de que les pase algo y se sienten más seguros en la residencia”. Una realidad hacia la que caminamos todos, como recuerda Garrido: “Somos un proyecto de abuelo, de viejo, de enfermo”.

El refugio del grupo como terapia

Loli tiene 93 años, cuatro hijos, ocho nietos, dos biznietos, un tercero en camino y una vitalidad y sentido del humor que bien quisiera para uno alguien mucho más joven. Viuda más de la mitad de su vida, trabajó en fábricas y en labores de limpieza. “Todos los días tocaba el piano en la Diputación. Sí, sí, lo tocaba porque le quitaba el polvo”, se ríe y contagia una carcajada al resto de los compañeros con los que ahora comparte su vida. A los demás hombre y mujeres, que suman setenta, ochenta y noventa años y que pasan buena parte de la jornada en el centro de día del grupo Solera Asistencial en la Txantrea. “Yo vivo sola pero no siento la soledad. Mis hijos vienen todos los días a verme. Y no necesito ir a ningún sitio. No me interesa. Donde más a gusto estoy es en mi casa”, confiesa esta mujer y asegura disfrutar mucho en el centro de día. “Aquí hemos hecho mucha amistad. Practicamos actividades y comemos juntos”. Loli es el nombre ficticio de una historia real. Como las que siguen en las siguientes líneas.

A su derecha la escucha atentamente su compañera María, algo más joven. A sus 90 años, también viuda y madre de cuatro hijos, asiste desde hace un año al centro de día y aplaude “la unión tan grande” que experimenta. “Cuando era más joven, íbamos en familia a veranear a Calafell (Tarragona). Después, mis hijos me llevaron alguna vez más para recordar pero estaba todo muy distinto”, lamenta. Ahora, pasa algunos días en la casa rural de uno de sus hijos pero no sale del barrio. “Nunca me siento sola porque ellos están muy pendientes de mí”, recuerda esta mujer que se quedó viuda con 40 años y crió a sus hijos en su taller de corte y confección. “He trabajado mucho y todos han aprendido conmigo”, se enorgullece.

Quien se siente algo más solo es Antonio, andaluz de 80 años y jardinero profesión en Pamplona desde joven, cuando vino a construir los jardines de la fábrica Authi (actual Vokswagen) en el polígono de Landaben. Separado de su mujer desde hace dos décadas, cuenta con ayuda en casa y sus dos hijos le llevan la comida los fines de semana. “Entre semana vengo a gusto al centro de día. Los compañeros y las monitoras son muy amables. Hacemos actividades y así no me siento solo”, reconoce. Hace cuatro años, rememora, sus hijos le llevaron de vacaciones a Sevilla para que visitara a sus hermanos. “Yo no soy de estar en casa y salía mucho a la calle. Pero lo que ocurría es que todo era distinto y ya no conocía a nadie de mi edad. No me gustó. Prefiero estar en casa con mis rutinas y venir aquí. Los fines de semana me sobran”, asegura.

VACACIONES EN LA PLAYA

Una opinión similar sostiene Vicente, de 73 años, diabético y con problemas de movilidad porque tuvieron que amputarle algunos dedos de los pies. Su mujer, con dificultades de memoria, acude a otro centro de día. Y él permanece todos de 9 a 17 horas en Solera “para quitar trabajo”. Carpintero de profesión (“me dieron la jubilación anticipada por los problemas de salud”), con dos hijas y dos nietos, recuerda sus vacaciones hasta no hace demasiado tiempo. “Llevaba a las hijas y también a los yernos. Íbamos a Alicante, a Almería… Nos gustaba mucho. ¿Pero ahora? No quiero ir con ellos para no dar trabajo porque tengo que moverme con el andador. Ya me querían llevar pero prefiero quedarme”. Los días de la ola de calor, relata, los ha pasado “bastante bien”. “En el centro tenemos aire acondicionado y en casa por la noche, salía a la terraza a hacer ‘sudokus’”.

También se entretiene sola Pepi, 82 años y movilidad reducida por varias operaciones en la espalda. “Vivo sola pero vienen unas chicas del ayuntamiento a ducharme y me traen la comida de lunes a viernes. Solo me la tengo que calentar. Los fines de semana me cocino yo, como puedo, sin soltarme del andador. Pero ya me apaño”, resume su vida cotidiana, en la que encaja también la pieza del centro de día, de lunes a viernes y hasta la hora de comer. Sus cuatro hijos, apunta, la atienden “muy bien”. “Me quieren llevar al pueblo (Berdún, Huesca) . Estuve en Semana Santa la última vez. Pero prefiero quedarme en mi casa. Donde me siento más a gusto. Estoy sola pero acompañada”, insiste. ¿Y qué hace todas las tardes? “Pues, como aquí por la mañana ya hemos hecho gimnasia, por la tarde descanso. Después de comer, me siento en mi sillón reclinable con el ventilador y me dedico a descansar. Me gusta la vida cómoda”, se ríe.

Y continúa riéndose su compañera Inmaculada, de 73 años, viuda desde hace diez, madre de tres hijos y con problemas de audición. “Recibo ayuda doméstica y vengo aquí todos los días. Mucho mejor así que antes cuando estaba más tiempo en el suelo que de pie porque me caía mucho”. Su marido, antes de morir, recuerda, le dejó un unifamiliar en el pueblo y allí han pasado muchas temporadas. “A veces, voy pero ahora prefiero quedarme en casa. Al principio, me costó venir al centro. Me insistieron mis hijos pero ahora estoy contenta con la decisión. ¡Me lo hacen todo! No tengo que comprar ni cocinar ni recoger. ¡Después de toda la vida trabajando!” Hace unas décadas, cuenta, iban en familia de vacaciones a La Pineda de Salou (Tarragona). Y también han estado en Matalascañas (Huelva) y en Cádiz. “Ya he viajado bastante”.

Como le ocurre a Juan, de 82 años y trabajador en la mina de Potasas hasta que se le cayó un tablón del techo con 60 y le dieron la incapacidad absoluta. “Mis hijas me llevan a menudo al pueblo para que esté con mis hermanos. Y me viene bien para cambiar de aires. Pero en mi vida diaria, en mi casa y en el centro, también estoy muy a gusto”. Se divierte al contar lo buen comedor que es. “Me voy comido y merendado. Todo me gusta. Cuando llego a casa, remeriendo”, se ríe.

Todos terminan sus relatos cuando escuchan la pregunta del millón. “¿Alguno se siente solo?” La mayoría niega con la cabeza. Aseguran estar contentos con la cotidianidad en sus casas y en el centro. Aunque alguno sí que confiesa que le resulta duro vivir solo. “Llevo mal la soledad no deseada. Aunque poco a poco, ya voy saliendo adelante”.

Las monitoras asienten mientras les miran con cariño. “Es un grupo muy majo y lo pasamos bien con ellos”. Además de las actividades en el centro, explican, suelen hacer otras al aire libre: como talleres intergeneracionales en los colegios de la zona, excursiones a granjas, huertos urbanos, la biblioteca del barrio o celebran fiestas populares.

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