La sensación de precariedad afecta a la salud mental de los jóvenes
- 1. La precariedad laboral no se distribuye de forma igualitaria entre los jóvenes, pero la sensación de precariedad les afecta a todos, independientemente del género, la edad o el origen.
- 2. El 31% de los jóvenes entrevistados están en riesgo de depresión o ansiedad. La sensación de precariedad –y no el hecho de tener un empleo precario– es el factor explicativo crucial.
- 3. La sensación de precariedad va más allá de tener un trabajo de poca calidad; los entrevistados consideran que incluye también la imposibilidad de satisfacer necesidades básicas o de acceder a un nivel de vida digno.
- 4. El 40,6% de nuestra muestra afirma sufrir al menos un problema de salud física o mental debido a la inseguridad económica. Vivir solo está asociado con más inseguridad económica.
- 5. La seguridad económica de los hogares se ha visto cuestionada tras la pandemia, sobre todo por la inflación y el aumento del precio de la energía. Entre los jóvenes que afirman sentirse en una situación de precariedad extrema, dos de cada tres apuntan a estos dos factores como fuente de inseguridad económica en su hogar.
Introducción
La salud mental de los jóvenes preocupa cada vez más. Incluso antes de la pandemia de la covid-19, los investigadores consideraban la salud mental juvenil un reto global de la salud pública (Patel et al., 2007). La pandemia se limitó a exacerbar esa tendencia previa.
No obstante, los estudios sobre los determinantes de la salud mental de los jóvenes no son muy abundantes (Gray et al., 2021). Una de las posibles explicaciones que se dan es la concentración de la precariedad laboral entre los jóvenes, lo que puede frenar sus expectativas de emancipación y de alcanzar sus objetivos vitales. Este artículo explora la hipótesis de que la precariedad es un factor determinante de la salud mental de los jóvenes mediante un estudio basado en una encuesta y un grupo focal llevados a cabo en el 2023 en todo el territorio español y centrados en jóvenes de 20 a 34 años.
Los apartados siguientes presentan los principales resultados entre las respuestas de los 3.012 participantes. Este es el número total de participantes en el estudio. En algunos gráficos el número de respuestas puede ser menor. Cada apartado está precedido por unas palabras textuales de los entrevistados, pero los nombres no son los reales.
1. La precariedad no se distribuye por igual entre los jóvenes
«La precariedad es estar en un bucle, siendo joven, porque yo tengo 24 años y siento que si tengo que estar así toda la vida no voy a conseguir nada» (María, 24)
Las perspectivas interseccionales se basan en la idea de que los ejes de desigualdades (como los basados en la edad, la clase, el género, la sexualidad o la etnicidad) no actúan aisladamente, sino de formas interrelacionadas y más complejas. La interacción de estos elementos afecta el modo en que jóvenes diferentes están expuestos a diferentes riesgos sociales (Acebillo y Maestripieri, 2023).
Como tales, las dificultades en el mercado laboral no están distribuidas por igual entre la población joven. La edad, el género y el origen inmigrante conforman las experiencias de precariedad laboral entre los jóvenes. Mientras que una parte considerable de los menores de 30 años son estudiantes a tiempo completo (28,6%) o parcial (19,2%), en el grupo de 30 a 34 años la situación más frecuente es la de dedicarse solo a trabajar (58,3%). Entre los jóvenes de origen inmigrante son más frecuentes los contratos eventuales o esporádicos (12,3% en el caso de migrantes hombres menores de 30 años) o el pluriempleo (18,8% en el caso de migrantes mujeres menores de 30 años) que entre los autóctonos o los mayores de 30 años. El empleo no estándar involuntario se da entre todos los grupos, pero se concentra sobre todo entre la población autóctona menor de 30 años (con mayor frecuencia en las mujeres). Teniendo en cuenta todo esto, hay un porcentaje relevante de jóvenes sin trabajo, educación ni formación (ninis): en nuestra encuesta es el 8,3%. Entre hombres y mujeres de origen inmigrante, la proporción es aún más elevada, del 15% y el 12%, respectivamente.
Sin embargo, la precariedad laboral es una cuestión compleja. En términos analíticos, se divide entre un componente objetivo –tener un contrato distinto de la relación laboral estándar, que es un contrato fijo a tiempo completo– y uno subjetivo –sentir que la vida que lleva uno es precaria (Maestripieri et al, 2024). Curiosamente, mientras que existen diferencias significativas entre los jóvenes en tipos de empleo o condiciones laborales, las diferencias son comparativamente pequeñas entre los grupos mencionados en cuanto a sentirse precarios. Las mujeres menores de 30 años y las personas no binarias son las que acusan más la precariedad.
2. La sensación de precariedad importa a la hora de explicar la salud mental
«La precariedad es una manera de sentirme incompleto, parece ser que siempre estoy con la lengua fuera para poder llegar a algo, y nunca puedo hacer todo lo que quiero o en unos mínimos» (Juan, 34)
En nuestra muestra, el 31% de los encuestados presentan un riesgo potencial de depresión o ansiedad, según la escala OMS5 establecida por la Organización Mundial de la Salud.
La sensación de precariedad es el factor más significativo a la hora de explicar los problemas de salud mental de los jóvenes. En cambio, el tipo de contrato laboral no muestra una relación significativa con la salud mental. Solo entre los que practican el pluriempleo se observa una ligera reducción del riesgo a estar expuestos a una mala salud mental.
Entre las dimensiones consideradas en el apartado anterior (género, edad y origen migrante), solo el género tiene un efecto significativo: las mujeres están más expuestas a una mala salud mental que los hombres y las personas no binarias. La edad, el hecho de haber emigrado o vivir en una zona rural no son factores significativos para explicar la mala salud mental. También se ha encontrado que los problemas en la salud física o una discapacidad afectan a la salud mental de una persona.
Las personas que se puntúan a sí mismas con el 7 o más en la escala de precariedad presentan una puntuación media de 55,1 en la escala OMS5, mientras que las que se consideran menos precarias tienen una puntuación media de 43,6.
3. La precariedad es un fenómeno complejo, que va más allá de tener un mal trabajo
«La precariedad es un saco vacío, no tener nunca suficiente y nunca poder llenarlo, ya sea con tiempo, con felicidad o con dinero» (Javier, 34)
Preguntamos a los encuestados qué significaba para ellos la precariedad y sus respuestas nos sorprendieron: los significados que asocian a la precariedad engloban más cosas que simplemente tener malas condiciones laborales o contratos temporales. Solo el 28,1% de nuestra muestra define la precariedad como tener un trabajo con ingresos insuficientes o malas condiciones laborales, y tan solo el 1,6% la define como falta de oportunidades laborales. En gran medida los encuestados perciben la precariedad en términos económicos, y la definen como la incapacidad de permitirse una vivienda independiente (9,7%), de satisfacer las necesidades básicas (23,8%) o de vivir una vida digna (4,5%). Otros la describen como vivir por debajo del mínimo (5,3%) o sentir inseguridad tanto en el trabajo como en la vida en general (8,8%).
Estas formulaciones son similares a lo que en un reciente debate académico se definió como inseguridad económica (Cantó y Romaguera-de-la-Cruz, 2023): la percepción subjetiva de no poder acceder a los recursos suficientes para llevar un nivel de vida digno. La inseguridad económica o financiera es conceptualmente distinta de la pobreza, ya que va más allá de simplemente no alcanzar un umbral de ingresos predeterminado. Se centra en la percepción de inseguridad que sienten los encuestados respecto a sus recursos.
4. La precariedad es también tener inseguridad económica, y los hogares siguen ofreciendo la mejor protección contra la inseguridad
«La precariedad es ganar un sueldo mileurista con el que casi no puedes ahorrar, ni poder acceder a la compra o alquiler de una vivienda sin ayuda de familiares» (Milagros, 34)
De nuestra muestra, el 63,6% de los adultos jóvenes ha vivido como mínimo una dimensión de inseguridad económica en los últimos dos años, y ha tenido que hacer ajustes o pedir ayuda para cubrir sus necesidades. La inseguridad económica a nivel individual es un fenómeno que se distribuye de forma desigual entre grupos sociales, siguiendo las tendencias anteriormente destacadas para la precariedad laboral. Por ejemplo, los hombres de origen migrante tienen más probabilidades que los autóctonos de haber recibido ayuda de alguna ONG (10%), de haberse visto obligados a cambiar de alojamiento por motivos económicos (alrededor del 15%) y de recibir ayuda de familiares o amigos (33%). Las mujeres migrantes también son vulnerables a la inseguridad económica, como se muestra mediante la reducción del consumo de bienes básicos (16%), del consumo de energía (27%) o retrasando la visita al dentista (28%). En general todos los grupos tienden a reducir su nivel de vida por motivos económicos, pero esta tendencia es más acusada en las mujeres migrantes y las personas no binarias. Además, los menores de 30 años, los migrantes y las personas no binarias tienen menos posibilidades de realizar un pago inesperado de 700 euros sin ayuda. Entre los colectivos más vulnerables, la inseguridad económica ha implicado volver a vivir con los padres o no poder empezar los estudios que querían. En nuestra muestra, el 40,6% de los jóvenes entrevistados declararon sufrir problemas de salud –sentirse ansiosos o angustiados, tener dificultades para dormir o sufrir un problema de salud física– debido a dificultades económicas. Los migrantes y las personas no binarias son las más expuestas a este riesgo.
Las familias ofrecen protección contra la inseguridad económica. Los que aún viven con su familia o en pareja están menos expuestos a fenómenos como no llegar a fin de mes, retrasos en las facturas o no poder pagar –como hogar– un gasto inesperado de 700 euros. Los costes de la vivienda suponen una carga pesada para cerca de 4 de cada 10 adultos jóvenes de nuestra muestra, independientemente de la composición de su hogar.
5. La seguridad económica ha supuesto un auténtico reto para los jóvenes en los últimos años
«Precariedad es sentir que tu vida nunca termina de arrancar» (Beatriz, 3)
Los últimos años han planteado un auténtico desafío para la seguridad económica de los jóvenes. Las consecuencias sociales y económicas de la pandemia, las dificultades derivadas de la guerra entre Rusia y Ucrania y el aumento de la inflación son algunos de los factores que han aumentado la exposición de las familias a la incertidumbre económica.
Los encuestados que sienten estar en una situación de precariedad extrema se han visto más afectados por el actual contexto macroeconómico desfavorable que los que se consideran menos precarios. Para los primeros (puntuación de 7 o más en nuestra escala de precariedad subjetiva), la inflación (64,1%) y los costes energéticos (65,3%) han representado un importante factor determinante que ha puesto en entredicho la seguridad económica de sus familias, mientras que en el segundo grupo, con niveles más bajos de precariedad subjetiva, estos porcentajes han sido del 56,9% y el 56,5%, respectivamente. Los costes relacionados con la vivienda (41,5% en los primeros, 24,4% en los segundos) y los bajos ingresos laborales (42,2% frente a 16,8%) también suponen desafíos importantes para los que se sienten más precarios en nuestra muestra. Aunque la pandemia de la covid-19 puede formar parte del pasado, sigue afectando al 18,9% de los hogares donde viven las personas que se sienten más precarias, frente al 14,5% entre los que indican sufrir un nivel menor de precariedad (puntuación de 6 o menos en nuestra escala de precariedad subjetiva).
6. Conclusiones
Este artículo muestra la importancia de centrarse en la percepción subjetiva de la precariedad a la hora de estudiar la salud mental de los jóvenes y su relación con el trabajo. Lo que cuenta más no es tener un empleo precario, sino la sensación de precariedad tanto en el trabajo como en la vida. De hecho, para los encuestados el significado de precariedad va más allá de tener un mal trabajo: se relaciona con su capacidad de acceder a un nivel de vida digno y disponer de suficientes recursos para cubrir los costes de una vida independiente (vivienda, alimentación, energía). Las crisis recientes, como el aumento del precio de la energía o la elevada inflación, han causado un impacto en la percepción de los jóvenes sobre la precariedad. Nuestros resultados también demuestran que la precariedad laboral y la inseguridad económica se distribuyen de modo desigual entre los grupos sociales, pero el sentimiento de precariedad es una experiencia compartida entre todos los jóvenes españoles.
El estudio muestra la importancia de estudiar la precariedad y la inseguridad económica como determinantes de la mala salud mental entre los jóvenes. También apunta al desarrollo de políticas de apoyo dirigidas específicamente a los jóvenes, que les permitan mantenerse en el difícil proceso de emancipación de sus familias.
7. Limitaciones del estudio
El estudio se ha llevado a cabo mayoritariamente en línea, con solo 210 entrevistas presenciales en cinco zonas de la provincia de Barcelona. La muestra está sesgada hacia encuestados de alto nivel educativo, como es frecuente en las encuestas en línea. La recogida de datos en línea podría haber reducido nuestra capacidad de recabar información de los perfiles más vulnerables. Al no pretender ofrecer datos representativos del conjunto de jóvenes de España, sino solo describir las tendencias emergentes entre ellos, no hemos ponderado nuestros resultados: eso habría implicado que algunos encuestados tuvieran más impacto que otros en los resultados.
Una segunda limitación se refiere a la naturaleza transversal de la investigación. La precariedad es un proceso que se desarrolla a lo largo del tiempo y que evoluciona a medida que las personas adquieren experiencia en el mercado laboral. Para futuras investigaciones, recomendamos la realización de estudios longitudinales, sobre todo teniendo en cuenta el impacto de la reciente reforma del mercado laboral, que en principio habría mejorado las condiciones de los trabajadores españoles.
Agradecemos el apoyo de Carlos Delclós Gómez Morán y Tarik Bergese en el desarrollo de este estudio.
8. Referencias
ACEBILLO-BAQUÉ, M., y L. MAESTRIPIERI (2023): «Intersectionality theory and its application in the COVID-19 pandemics», en P. Liamputtong (ed.): Handbook of social sciences and global public health (Springer Cham).
CANTÓ, O., y M. ROMAGUERA DE LA CRUZ (2023): «Economic insecurity and poverty», en J. Silber (ed.): Research handbook on measuring poverty and deprivation (Cheltenham: Edward Elgar).
GRAY, B., C. GREY, A. HOOKWAY, L. HOMOLOVA y A. DAVIES (2021): «Differences in the impact of precarious employment on health across population subgroups: a scoping review», Perspectives in Public Health, 141(1).
MAESTRIPIERI, L., LANAU, A., & ACEBILLO-BAQUÉ, M. Intertwined precariousness and precarity: Disentangling a phenomenon that characterises Spanish youth. International Journal of Social Welfare.
PATEL, V., A.J. FLISHER, S. HETRICK y P. MCGORRY (2007): «Mental health of young people: a global public-health challenge», The Lancet, 369(9569).
RODWELL, L., H. ROMANIUK, W. NILSEN, J.B. CARLIN, K.J. LEE y G.C. PATTON (2018): «Adolescent mental health and behavioural predictors of being NEET: a prospective study of young adults not in employment, education, or training», Psychological Medicine, 48(5).
Fuente: Observatorio Social de la Fundación «la Caixa». Noviembre, 2024